‘Rakugan’: dulces para la ceremonia del té en Kanazawa
Los dulces wagashi de Kanazawa han venido floreciendo de la mano de la ceremonia del té.
La cultura de Kanazawa tiene una historia de más de 400 años. Comenzó a desarrollarse en el periodo Sengoku (siglo XVI, aproximadamente), cuando el señor feudal Maeda Toshiie se estableció en el castillo de esa zona. La ciudad que floreció a sus pies cultivó y sigue conservando la tradición de la ceremonia del té. En Kanazawa, estas ceremonias conocidas como chakai se celebran de manera regular todo el año.
Los miembros del clan Maeda, del dominio de Kaga, fueron mecenas de las bellas artes, las artesanías y las artes escénicas, y tenían asimismo una particular predilección por la ceremonia del té. Incluso Toshiie, el fundador, y Toshinaga, de la segunda generación del clan, fueron discípulos de Sen no Riykū, uno de los grandes maestros de la ceremonia del té de la época. Por su parte, Toshitsune, de la tercera generación del clan, estudió con Kobori Enshū, otro famoso maestro del té de principios del periodo Edo (1603-1868). Los dulces wagashi de Kanazawa se desarrollaron junto con la cultura de la ceremonia del té. En la actualidad, su fama se iguala a los de Kioto y a los de la ciudad de Matsue, en la prefectura de Shimane, conocidos en todo Japón por su gran calidad.
Entre los wagashi de Kanazawa, los que tienen una relación más profunda con la ceremonia del té son los chōseiden, elaborados con los colores auspiciosos rojo y blanco. Estos rakugan fueron creados en 1625 por la dulcería Morishitaya Hachizaemon. Se dice que se inspiraron en las barras de tinta para caligrafía diseñadas por Toshitsune, que en la parte superior tienen la leyenda chōseiden. Se dice que estos caracteres chinos fueron escritos por el maestro Kobori Enshū y que el diseño de los dulces fue una propuesta del mismísimo señor feudal Toshitsune. En la actualidad, estos rakugan continúan teniendo una calidad inigualable y se han convertido en uno de los tres grandes dulces de Japón.
Estos dulces están hechos de un tipo de azúcar llamado wasanbon, de Shikoku, y de harina de arroz glutinoso de Hokuriku. Para darles su tradicional forma, los ingredientes se comprimen en un molde de madera y, al presionarlos uniformemente con una espátula también de madera, quedan grabados los caracteres que están en el fondo del mismo. Solo los mejores confiteros pueden encargarse de este proceso que se ha mantenido sin cambios desde hace cerca de 400 años.
Los wagashi de Kanazawa se han refinado junto con la cultura de la ceremonia del té y han alcanzado el nivel de elegancia y arte particular que podemos disfrutar en nuestros días.
Solo los confiteros más experimentados están a cargo de este proceso.